Con el tiempo, el Brexit se ha convertido en la cereza del pastel de la disputa ideológico-política
en Europa. El 23 de junio de 2016 día en que los británicos votaron por salirse
de la Unión Europea, representó un triunfo que le dio bríos a otros desplantes
y fuerzas euro fóbicas del continente. El UKIP (Partido Independiente de Gran
Bretaña), partido de extrema derecha, que impulsó el Brexit, junto con otras fuerzas de engañabobos, parecía haber
ganado la batalla de los euroescépticos dentro de la sociedad y el parlamento
británicos. Todo esto para el deleite de Ley
y Justicia en Polonia, del Fidesz
húngaro, el Frente Nacional de Marine
Le Pen, el Partido de la Libertad de
Austria y el Partido de la Libertad
de Holanda, Y desde luego para el deleite de Donald Trump, cuyo triunfo de
alguna manera les abrió brecha.
Todos ellos, miembros de la Internacional Populista, que aunque no se ha constituido
formalmente, ya se mueve globalmente. El año del Brexit representó el año del enfrentamiento con los establishment europeos y aparecía como
el principio de un proceso de ruptura que sería imparable. Se pensó equivocadamente
que el Brexit representaba un generador de desconfianza cuando en realidad enunciaba
un sentimiento muy particular de desconfianza. En realidad ha provocado un
proceso de polarización que ha resultado en un quiebre de lo que considerábamos
normalidad política y un rompimiento con los valores de la democracia liberal; se
trata de un movimiento de radicalización que deviene en la amenaza más
significativa contra la cohesión democrática; es un movimiento disruptivo que
apuesta por la disfuncionalidad de la gobernanza democrática, al tiempo en que
ha desunido y enfrentado a la población británica y de otros lares europeos.
Los
populismos soberanistas tienen buenas relaciones con Rusia (quien intervino en
sus elecciones) y con otros estados autoritarios. Desprecian a Occidente y le
hacen la guerra a sus instituciones. Se consideran a sí mismos una vanguardia
tan revolucionaria como la que representó en su día la Internacional Comunista.
Pregonan su apego a las masas, a “los olvidados”, al “pueblo ordinario” y
frecuentemente se ven a sí mismos como la voz del más genuino de los patriotismos.
Sostienen además, en forma mesiánica, que el “pueblo
siempre tiene la razón”, Trump dixit.
Develados
los misterios del Brexit, hay que
decir, que este se encuentra ante un futuro incierto. La Primera Ministra,
Theresa May, ha perdido todas las batallas para acordar una salida limpia de la
UE en el ya muy cercano tiempo límite, el 29 de marzo. La última votación en el
parlamento británico mandató a May para que negociara una extensión de tiempo
para el Brexit, cuestión que se puede
complicar si uno solo de los 27 miembros restantes vetara el acuerdo. En esta
misma votación se canceló la posibilidad de lanzar un nuevo referéndum como lo
pretendía un sector del laborismo. Este revuelo político en uno de los países
más importantes de Europa y del mundo (GB es la quinta economía global), no
solo significa que la dinámica en el parlamento acusa ingobernabilidad, sino
también que el partido conservador se encuentra en una crisis funcional,
resultado de las tensiones generadas por el extremismo manifiesto de los
soberanistas y la extrema derecha británicos.
El atolladero en el que se encuentra
el Brexit es un reflejo del vacío y el aislamiento al que el soberanismo euro
fóbico puede someter al continente europeo. También es un signo de cuan dañino
puede ser el oportunismo del populismo autoritario que asola a Europa. Más que ayudar
a solucionar la crisis en la que se encuentran el capitalismo y la democracia
liberal, esta nueva forma de populismo, esencialmente antidemocrático, sólo
exacerba la crisis de la democracia capitalista, la cual está tristemente
dominada por elites hiperconcentradas. El economista británico, Thomas Wolf
(“Why Globalization Works”), sostiene que la democracia está en “recesión” y la
economía global en “retirada” y describe dos aterradoras alternativas para
restablecer el actual sistema capitalista internacional. La primera es una
plutocracia globalista en la que “como el imperio Romano, las formas de la
república quizá aguantarían, pero no la realidad”. Y la otra opción para la
situación política mundial consiste en “democracias intolerantes o dictaduras
abiertamente plebiscitarias en las que el gobernante electo ejerce el control
tanto sobre el Estado como sobre los capitalistas”. Hay que apostar porque esto
no sea así. Y la primera prenda de esta posibilidad podría ser la muy próxima
derrota del Trumpismo en EU
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