AMLO inició su sexenio tal y como terminó sus
campañas, frenéticamente. Aún estamos sin saber cuál será la persona política
que lo habite en su presidencia espiritual: ¿será el jefe de Estado o el
caudillo facineroso y hegemonista que lo ha distinguido? Sus conferencias
mañaneras (el equivalente a los tuits de Trump), no se hicieron esperar. Sus
giras y giros tampoco. Él y sus legisladores ya empezaron a trabajar en la
formulación y aprobación de leyes y emisión de decretos. Y también, se
efectuaron y efectuarán las consultas a modo que tanto daño le han hecho a la
economía nacional (aproximadamente 45 mil millones de dólares de capital
nacional fugados). El tono de los pronunciamientos sobre los temas de la vida
nacional ha sido exaltado. Las inconsistencias han sido varias. Primero fue la
seguridad interna, después la corrupción, la autonomía universitaria y más
recientemente el recorte al presupuesto de las universidades públicas y con el
cual sospechosamente quiso someternos a los universitarios a las pruebas de
muerte a las que nos ha acostumbrado. En
este caso, AMLO opera con base en la táctica del desgaste de la contraparte.
Es posible confirmar aquí
una tendencia en el accionar de este gobierno. En el nuevo estilo de gobernanza
estatal, encontramos un nuevo ingrediente que se distingue del mero ejercicio
del poder que hemos presenciado y padecido en México y el mundo: el propósito
es dejar bien claro quién manda aquí y quién pretende erigirse en el mando
supremo de la nación, sin cortapisas y por encima de las diversas instituciones
del Estado, que siendo autónomas, estorban a este ejercicio personal de gobernar.
La lógica del líder narcisista según Erich Fromm, es humillar al contrario,
para luego obligarlo a agradecer y disculparse por el daño que se le hizo. Otra
característica muy singular de este liderazgo es el uso de medias verdades para
convencer a su público, generalmente poco informado e invadido por una amnesia
que se consigue a través de las caricias que proporcionan el discurso mesiánico
e iluminado. Soy de la opinión de que AMLO, al igual que Trump, responde a esta
descripción sico-política que nos ofrece el gran sicólogo alemán, autor del
clásico, el “Miedo a la libertad”, en el cual se describe con gran precisión
las características que distinguen al líder carismático y autoritario.
En tan sólo 22 días de
gobierno, ejemplos que podrían reflejar nítidamente esta tendencia conductual, hay
varios (entre una abundante lista de despropósitos de Estado): la cancelación
unilateral del NAIM, con las consecuencias nefandas para la confianza
generalizada y una seria crisis de fondeo ya manifiesta, y hecha con base en
una consulta amañada e ilegal, en la que sólo participó el 1% de los electores;
la súbita decisión (amenaza incluida del retiro de la milicia de las calles) de
militarizar la seguridad pública; el perdón a los corruptos que el presidente
tanto ha criticado; el “error” por la omisión del principio innegociable de la
autonomía de las universidades públicas y por si fuera poco, el más grave “error”,
de reducir el presupuesto a la educación pública superior (sólo a la UNAM, IPN
y UAM representa el 6.2% menos).
Escudarse en el error humano para justificar
tan atroces medidas, es un acto de cobardía y un despropósito de la más alta
gravedad para la vida y estabilidad políticas de las universidades públicas de
la nación, cuya implosión podría terminar mal para el gobierno de la República.
A la intelligentsia no se le puede engañar. AMLO quiso chiquitear a los
universitarios y obligarnos a negociar a la baja. Que no haya confusión: nadie
del entorno cercano al presidente debe de jugar con esto y atentar contra las
instituciones de las universidades autónomas, incluidas sus facultades
institutos, centros, bibliotecas y demás. De hacerlo así, se podría presentar
una era de golpismo contra la UNAM y sus pares, no conocido desde Díaz Ordaz y Echeverría.
Significaría una regresión histórica de enormes consecuencias. En todo caso, si
hubo perversión detrás del cometido “error” (al estilo tenebroso de Fouché), el
objetivo fue cumplido: los Rectores agradecieron el “gesto” disculpatorio sin
tener que haberlo hecho y se sometieron a la política neo juarista de AMLO. Estamos siendo testigos de una tendencia
universal al solipsismo (“solamente yo existo”), tanto en Occidente como en el
resto del globo. Renace un crudo nacionalismo populista que distorsiona los
valores esenciales de la democracia y que conduce sistémicamente a un proceso
de abyección pronunciada, al tiempo que evidencia una crisis de la democracia
liberal misma. Ya lo vemos con Trump. Mucho esperamos que en el México de AMLO
esto no se repita. La crisis de la democracia se merece una respuesta política
constructiva, no destructiva.
Comentarios
Publicar un comentario