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La ira de Trump


La ira de Trump

A la memoria de mi querido tocayo y paisano,
José Luis Orozco Alcántar

¿Qué es lo que ha desatado la ira de Donald Trump a raíz de los resultados electorales en las elecciones intermedias que tuvieron lugar el 6 de noviembre? ¿Cómo explicar el fulminante y despiadado despido de su bête noir, Jeff Sessions, ex Fiscal General a cargo de la investigación sobre la trama rusa (de la cual correctamente se recusó ante la ira trumpista), y que lleva a cabo el fiscal especial (otra bestia negra) Robert Mueller? Esto, principalmente ahora que él, su hijo mayor y otros colaboradores aparecerían como presuntos responsable de haber mentido bajo juramento con motivo del Rusiagate, todo o cual lo puede llevar a la pérdida total del poder y a la condena generalizada por parte de esta nueva mayoría que lo repudia. ¿Por qué insultó y corrió de la Casa Blanca a Jim Acosta de CNN, quizá el mejor corresponsal ante la Casa Blanca? ¿Con qué propósito atacó y acusó de racista a una periodista afro estadunidense que le increpó por su omisión en condenar el racismo blanco? ¿Porqué amenazó a los demócratas si estos, como nueva mayoría en la Cámara de Representantes, decidían investigarlo a fondo y blindar a Mueller? Aquí sus palabras: “si eso ocurre (y me investigan) vamos a hacer lo mismo (contra los demócratas desde el Senado), y el gobierno se paralizará y les echaré la culpa… Y eso probablemente será mejor políticamente para mí. 
           Creo que sería extremadamente bueno políticamente para mí porque creo que soy mejor en ese juego que ellos. Si hacen eso sería la guerra”, alertó. ¿Por qué declaró que el resultado electoral era un triunfo “increíble“e “histórico” cuando ya sabía que había perdido la preciada mayoría en la Cámara Baja? Y para rematar, ahora, ¿por qué el presidente acusa desde París al gobierno de California por los incendios forestales en esa entidad? ¿Estará desesperado y deprimido Trump? ¿Sentirá pasos en la azotea el presidente ahora que controla muchos menos hilos de poder?
            La derrota no es una pieza aceptable en el complejo rompecabezas de Trump, quien concibe la historia desde y hasta sí mismo. No hay actor más relevante en los acontecimientos de los que es parte, que él. No hay otra narrativa válida más que la de él, lo demás es desechable. Su soberbia es superlativa. La proclamación victoriosa (en medio de  la derrota misma) es reveladora del político fallido que representa Trump: no conceder la derrota –algo tradicional entre demócratas en EU y el resto del mundo democrático- es el signo de sus tiempos y de los que quiere imponer a Estados Unidos y al mundo. Seguramente se verá en los próximos dos años un ensañamiento mayor en contra de sus detractores, tal y como parece indicar su más reciente amenaza de seguir quitando acreditaciones a corresponsales de prensa ante la Casa Blanca. O su regaño a los republicanos que perdieron por haberse rehusado a identificarse con él y apoyarlo en sus iniciativas. Tal fue el caso de sus críticas a Mike Coffman y Mia Love, de quien dijo, “Mia Love no me dio amor y perdió”. 
           Todo lo esencialmente trascendente es a partir de él y del enorme sí mismo que está detrás de su megalomaniaco ego. Esto y la confusión (“a río revuelto ganancia de pescadores”) que se desprende de sus pronunciamientos es lo que le ha permitido mantener, aunque precariamente, una posición de poder. Su autoritarismo está tocando ya la línea roja. La ineptitud de Trump para reconocer en este resultado un rechazo a sus políticas será quizá, más pronto que tarde, el venero de su gradual caída, lo cual puede ocurrir antes o durante su intentona de continuar en el poder, el mayor y más perverso de los placeres del liderazgo sádico.

            Cuando un líder narcisista pierde el objeto de su dominación y poder, tiende a desbocarse. Su desquiciamiento radica en el hecho de que al tiempo de que sus objetos de dominación, también lo eran de un sádico concepto de “amor” (la dominación sobre los otros), el cual, una vez perdido, provoca la destrucción de ese mismo amor. Para un líder de estas características el desaire es intolerable. Con Trump presenciamos un bonapartismo revisitado, que al ser impedido en su reinvención, esta vez claramente antidemocrática, opta por su autodestrucción y, de pasada, por la aniquilación de todo lo que rodea esta comedia. La ira del líder, cuyo sádico carisma ha sido herido, es sólo el principio de la tragedia.

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