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Asimetría despótica: ganso vs. genio estable


Desde 2015, cuando Donald Trump anunciaba desde su torre fastuosa su intención de contender por la candidatura republicana a la presidencia, México ha sido usado sin reacción de Palacio Nacional, como su trapeador.
Hoy, en el preámbulo de la campaña estadunidense de 2020, el magnate, que se llama a sí mismo “genio estable”, lo ha vuelto a hacer y vaticino que éste será su amarre para convencer a su base de que, a falta de otro enemigo, México es la amenaza a vencer, ya que con China no lo ha logrado.
La debilidad originaria de Donald Trump y el aún más profundo resquebrajamiento que enfrenta su presidencia lo convierten en un sujeto muy peligroso. Sus aptitudes para la negociación son mínimas comparadas con su poder de coerción. Utiliza a quien se lo permite y lo demostró en 2016 cuando se impuso y logró que el gobierno de Enrique Peña Nieto lo invitara a Los Pinos, en el mayor fiasco que se conozca en la historia de la relación bilateral y de la diplomacia mexicana.
A partir del fin de la guerra fría, las condiciones de la realidad global cambiaron. Todos los países se adaptaron a las nuevas circunstancias de un nuevo multipolarismo complejo, que produjo diversos y novedosos cambios en temas como migración, derechos humanos, integración comercial, soberanía, fronteras, democracia política. Las políticas exteriores de la Unión Europea, de China, de Japón, de los nórdicos y hasta de Estados Unidos se aclimataron a la cambiante realidad.
La relación entre México y Estados Unidos (una relación interméstica, más que internacional) quedó, en su momento, circunscrita a los tiempos de guerra fría. México alternaba entre conciliar sus diferencias con Washington con respecto al intervencionismo de este último y usaba, cuando le convenía, su relación con la Habana como moneda de cambio en el trueque diplomático y se protegía contra el intervencionismo cubano haciendo uso de la Doctrina Estrada, que proclama como máxima la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Los resultados de esta política de viejo régimen fueron óptimos: Cuba no auspició la guerrilla en México y este último se hizo de la vista gorda cuando de violación a los derechos humanos en la isla se trataba. Mientras tanto, Washington observaba cauteloso y usaba como mejor le convenía esta relación para afrontar algunas emergencias. Se vivía, como se sigue viviendo hoy, una relación que en teoría política se denomina como interdependencia compleja asimétrica: los dos países tienen fuerza asimétrica en su relación bilateral, incluso, pero son interdependientes entre sí. El divorcio entre Estados Unidos y México no es sólo inviable, sino imposible. Su aciago matrimonio será eterno.
En la coyuntura actual, presenciamos más una dependencia autoritaria de México con Estados Unidos que una interdependencia de Estados Unidos con México. Dos razones: el despotismo trumpista, que se ha permitido hacer de México su villano favorito, y la ceguera e ignorancia de Andrés Manuel López Obrador en política exterior, que cree que nadar de muertito es la fórmula para evitar los enfrentamientos que de cualquier forma se están dando cada vez que Donald Trump decide atacar arteramente también las políticas del gobierno, ya en migración, ya en seguridad fronteriza, ya en política comercial.
Es difícil tener una visión estratégica en política exterior si se ignoran las claves históricas que alteran día a día el sistema internacional y bilateral. Se sabe que en México la política exterior es del presidente. Y la política con Estados Unidos, principalmente, le da la prerrogativa para imponer su posición. Lo cual no obsta para que su equipo le aconseje de la mejor manera para contener y resolver crisis.
Para eso es la diplomacia, para ejercer influencia y poder con el fin de quitarle a la contraparte la iniciativa cuando atenta contra el interés y la seguridad nacionales.
Hoy, México se ha negado a usarla cuando Donald Trump despierta al monstruo antimexicano en aras de controlar a su base. Aparecer débil frente al despotismo de la Casa Blanca no está claro que le garantice su sobrevivencia a Andrés Manuel López Obrador. Siempre ha sido así en México.



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