En esta columna hemos sostenido que Donald Trump es un hombre enfermo. Enfermo de ira y de mediocridad maligna. Acomplejado por su mediocre trayecto como empresario que, en el mejor de los casos, se ha dedicado a quebrar empresas y a ocultar sus finanzas personales, más que a conducirse como un visionario. Lo mismo ocurre en su accidentado devenir como estadista. La pobreza y vulgaridad de su gestión la reconocen en silencio hasta sus propios pares autócratas, como Vladimir Putin. En el medio de un desastroso manejo de la pandemia y de su obscena desfachatez al manejar las protestas raciales con enorme desaseo, este presidente apuesta por el juego sucio con tal de ganar la reelección. Paradójicamente, sus seguidores reconocen este juego sucio como un acto de reivindicación a su dignidad mancillada por el establishment político y de la cual Trump, supuestamente, los querría rescatar, tal y como lo afirma Thomas Friedman en su más reciente colaboración, Who can win America´s Politics of ...

Investigador Titular en el CISAN-UNAM y profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la FCPyS. Fue Profesor-Investigador visitante en el Lateinamerika-Institut de la Frei Universität, Berlin 2013-2015. Colaborador permanente en Deutsche Welle, Berlin. Realizó su Maestría en Sociología Política y el Doctorado en Relaciones Internacionales, por la London School of Economics and Political Science (LSE).