Trump siempre ha jugado para sí mismo. Así lo hizo como empresario (con éxito cuestionado) y así lo hace como el tierno político que es. Pero, esos sí, sin ningún atisbo de disciplina. El partido que usurpó y se dejó usurpar ahora le pide más visión, ideas y menos protagonismo personal, que fue la estrategia que usó cuando fue candidato y sorpresivamente presidente en 2016. El Trump de ese año y el que corre, parecen no diferenciarse. Se tocan íntimamente. El narcisismo del magnate, su muy probable línea roja, no lo deja divorciarse de ese sí mismo que él más ama y que día a día abona con un despotismo muy poco ilustrado. La Convención Republicana fue un popurrí. Por momentos uno se encontraba ante discursos y presencias que remitían al partido demócrata setentero de McGovern: afroestadunidenses, mujeres celebrando los 100 años del derecho al voto. Por el otro lado, una monja en celo por el trumpismo prolife, un policía rabioso en contra de los disturbios y no sus causas y más perlas d...

Investigador Titular en el CISAN-UNAM y profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la FCPyS. Fue Profesor-Investigador visitante en el Lateinamerika-Institut de la Frei Universität, Berlin 2013-2015. Colaborador permanente en Deutsche Welle, Berlin. Realizó su Maestría en Sociología Política y el Doctorado en Relaciones Internacionales, por la London School of Economics and Political Science (LSE).