La relación bilateral entre México y EU tiene muchos complejos y variados problemas, no fáciles soluciones ni formas de abordarlas. La coyuntura, los intereses políticos y de grupos de interés, y las tendencias ideológicas, han sido algunos de los elementos omnipresentes que han bloqueado los acuerdos necesarios con el socio e inamovible vecino de México.
Suponíamos que los tiempos de la Guerra Fría y el viejo régimen mexicano se habían superado y que se habría modificado la visión estratégica que los dos socios se deben. Sin embargo, esto no ha sido así. Los despropósitos, desencuentros y la ineficacia en resolver pendientes y la ausencia de propuesta de encuentro de nuevas avenidas de entendimiento han dominado el tono y los contenidos de la sociedad bilateral. La relación vive en el laberinto propio de una relación mal entendida y mal administrada. Esto se intensificó en los tiempos del recambio partidista entre 2001 y 2012, época en la que esperábamos nuevos tiempos, tonos y soluciones a los grandes problemas fronterizos entre EU y México, fue en realidad un momento en que prevaleció la pasividad del continuismo posrevolucionario y desde EU, la incomprensión sobre la nueva realidad política del país. Fox habló de más sobre el tema de la globalidad sin entender del todo su complejidad y no supo qué hacer con su socio desde el 11 de septiembre de 2001. Calderón quitó credibilidad a nuestra tradición diplomática y rompió con las formas elementales de la diplomacia bilateral: la suya fue una narrativa histérica cuando de lidiar con los problemas bilaterales se trató.
Ahora, con Peña Nieto, se habla de un nuevo momento y se observan movimientos para hacer un nuevo trato bilateral, más pragmático quizá y con la aceptación implícita de que vivimos un mundo muy distinto al del siglo pasado, y de que México se encuentra ante su última oportunidad para insertarse en esta compleja marabunta de fuerzas e intereses que representa la globalización. Aún hay muchas preguntas. ¿Razonará México su dogmatismo en política exterior? ¿Se replanteará su proteccionismo diplomático y avanzará hacia nuevas posiciones de avanzada en el escenario global? ¿Estará listo y dispuesto el Estado mexicano a un nuevo posicionamiento internacionalista? ¿Se comprenderá, como ya lo hizo Brasil, que sólo con un cambio de tono y contenidos en su política exterior —espejo prístino de la interna— se le podrá dar credibilidad a sus planteamientos y acciones internacionales?
En la relación con EU urge un nuevo paradigma de gobernanza fronteriza que incluya una plataforma e infraestructura ad hoc, que se inserten orgánicamente al entramado fronterizo. Nuestra frontera norte es una entidad en sí misma, en gran medida, críticamente aislada de la esfera propiamente doméstica de las dos naciones. Exagerando el punto, es quizá la zona fronteriza más alejada, al tiempo que críticamente cercana, al Estado nación. Un espacio geopolítico que es casi un Estado nación en sí, sincretismo político-cultural incluido. En consecuencia, la agenda fronteriza demanda de atenciones específicas que la política doméstica no ofrece. En la construcción de este nuevo paradigma se tiene que pensar en una política exterior específica para la administración de la problemática fronteriza. Se tiene que crear una task force avocada a pensar en forma global las problemáticas comunes y en idear soluciones que abarquen, horizontal y verticalmente, todo el complejo espectro de problemas que privan en esa parte de México, de EU y del continente. La frontera México-EU es un espacio de la globalidad, que la representa, mal o bien, pero que también la abarca críticamente. Sólo con una visión paradigmática, como la propuesta podrán ambas naciones escapar de la trampa que la coyuntura, o la presión de los diversos grupos de interés, formales o informales, les imponen, y lograr construir las soluciones a los múltiples desafíos que la tienen hoy críticamente aislada del futuro modernizador que ambos países persiguen y que muchos otros ya han logrado conseguir.
Suponíamos que los tiempos de la Guerra Fría y el viejo régimen mexicano se habían superado y que se habría modificado la visión estratégica que los dos socios se deben. Sin embargo, esto no ha sido así. Los despropósitos, desencuentros y la ineficacia en resolver pendientes y la ausencia de propuesta de encuentro de nuevas avenidas de entendimiento han dominado el tono y los contenidos de la sociedad bilateral. La relación vive en el laberinto propio de una relación mal entendida y mal administrada. Esto se intensificó en los tiempos del recambio partidista entre 2001 y 2012, época en la que esperábamos nuevos tiempos, tonos y soluciones a los grandes problemas fronterizos entre EU y México, fue en realidad un momento en que prevaleció la pasividad del continuismo posrevolucionario y desde EU, la incomprensión sobre la nueva realidad política del país. Fox habló de más sobre el tema de la globalidad sin entender del todo su complejidad y no supo qué hacer con su socio desde el 11 de septiembre de 2001. Calderón quitó credibilidad a nuestra tradición diplomática y rompió con las formas elementales de la diplomacia bilateral: la suya fue una narrativa histérica cuando de lidiar con los problemas bilaterales se trató.
Ahora, con Peña Nieto, se habla de un nuevo momento y se observan movimientos para hacer un nuevo trato bilateral, más pragmático quizá y con la aceptación implícita de que vivimos un mundo muy distinto al del siglo pasado, y de que México se encuentra ante su última oportunidad para insertarse en esta compleja marabunta de fuerzas e intereses que representa la globalización. Aún hay muchas preguntas. ¿Razonará México su dogmatismo en política exterior? ¿Se replanteará su proteccionismo diplomático y avanzará hacia nuevas posiciones de avanzada en el escenario global? ¿Estará listo y dispuesto el Estado mexicano a un nuevo posicionamiento internacionalista? ¿Se comprenderá, como ya lo hizo Brasil, que sólo con un cambio de tono y contenidos en su política exterior —espejo prístino de la interna— se le podrá dar credibilidad a sus planteamientos y acciones internacionales?
En la relación con EU urge un nuevo paradigma de gobernanza fronteriza que incluya una plataforma e infraestructura ad hoc, que se inserten orgánicamente al entramado fronterizo. Nuestra frontera norte es una entidad en sí misma, en gran medida, críticamente aislada de la esfera propiamente doméstica de las dos naciones. Exagerando el punto, es quizá la zona fronteriza más alejada, al tiempo que críticamente cercana, al Estado nación. Un espacio geopolítico que es casi un Estado nación en sí, sincretismo político-cultural incluido. En consecuencia, la agenda fronteriza demanda de atenciones específicas que la política doméstica no ofrece. En la construcción de este nuevo paradigma se tiene que pensar en una política exterior específica para la administración de la problemática fronteriza. Se tiene que crear una task force avocada a pensar en forma global las problemáticas comunes y en idear soluciones que abarquen, horizontal y verticalmente, todo el complejo espectro de problemas que privan en esa parte de México, de EU y del continente. La frontera México-EU es un espacio de la globalidad, que la representa, mal o bien, pero que también la abarca críticamente. Sólo con una visión paradigmática, como la propuesta podrán ambas naciones escapar de la trampa que la coyuntura, o la presión de los diversos grupos de interés, formales o informales, les imponen, y lograr construir las soluciones a los múltiples desafíos que la tienen hoy críticamente aislada del futuro modernizador que ambos países persiguen y que muchos otros ya han logrado conseguir.
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