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Trumpland



27 de diciembre de 2015

Donald Trump intenta ahora reinventarse, una vez más, con un discurso islamofóbico. Sus variantes narrativas le han dado muy buenos resultados en las encuestas de opinión desde que empezó la precampaña republicana, primero denigrando a los mexicanos, luego a las mujeres y ahora a la población islámica en EU, con relativo éxito político.


Give me your tired, your poor, Your huddled masses yearning to breathe free.
Poema de Emma Lazarus, inscrito en la base de la Estatua de la Libertad en Nueva York



Aun cuando su lugar en las encuestas aún lo mantiene en punta con más de 30% de las preferencias republicanas, todavía no queda claro si la trumpmanía prenderá entre los votantes estadunidenses en esta etapa de la contienda, así como en la subsiguiente, cuando se dirima quién será el presidente o la presidenta electa a partir de 2016.

Lo que sí es cada vez más claro es que Trump ha reactivado a aquel sector de la población blanca estadunidense que ha representado históricamente un resentimiento racial y de clase que ha recorrido ominosamente los corredores del poder y de la sociedad estadunidense por décadas; se trata del estadunidense profundo que se identifica con las añoranzas delirantes y recalcitrantes del Tea Party. En esto, Trump ha tenido un triste éxito en tiempos en que las normas e instituciones nacionales e internacionales han diseñado exitosamente el blindajenormativo para preservar los derechos universales y democráticos, tanto de las minorías como de los desprotegidos de la tierra. Si bien el viraje al que está obligando Trump al Partido Republicano (PR) —y al sistema político en su conjunto— no será hacia el fascismo, como presagian equivocadamente algunos, su radicalismo, aparte de haber despertado fobias que se creían olvidadas, ha transformado —contaminándolo— el proceso político estadunidense.

Tanto la nomenclatura del PR, como sus precandidatos, han sido cómplices silenciosos de esta tendenciosa, por oportunista y farsante, trumpmanía, corriente política y discursiva que Trump inaugura, exclusivamente en aras de cosechar el mayor número de votos cautivos entre los sectores asustados por los atentados terroristas ocurridos en California recientemente y también por las olas migratorias que la guerra provocada por George W. Bush y aliados han acelerado en el Oriente Medio en los años recientes, pero en forma muy aguda en 2015.

El problema con Trump es que, con su corrosiva narrativa, ha impuesto un código de no ética e iniciado una carrera antiética en el proceso político estadunidense, que se antoja de no retorno. Se trata de un hecho inédito en la política de EU, toda vez que ha roto los equilibrios que el sistema político de ese país se había dado desde que los padres fundadores redactaron la Constitución. Trump y sus inevitables aliados (algunos renegados como Jeb Bush van en los últimos lugares en las querencias de los electores, precisamente por oponérsele) han arrasado con varias de las disposiciones constitucionales que hacían de ese país uno con enormes atractivos para el conjunto de las naciones. De ellos, el derecho constitucional a la nacionalidad estadunidense es uno de varios. El PR ha tolerado esta imposición a costa de las tradiciones democráticas y de esto tendrá que hacerse cargo cuando pierda toda posibilidad de acceder a la Casa Blanca, debido a los juegos peligrosos de la intolerancia y los prejuicios maximalistas de los sectores híperconservadores que dominan el teatro político en EU desde que, en 2008, ascendiera con fuerza el Tea Party y que han ocasionado la pérdida del centro de equilibrio que le es básico a todo partido político a fin de gobernar para todos. Es, en este sentido, que el PR es el artífice de la inauguración de una era de retroceso político que, en las actuales circunstancias de inseguridad que se viven a nivel global, sitúa a Estados Unidos en una de las peores encrucijadas de su historia desde Nixon, todo lo cual repercutirá en una mayor inseguridad nacional de continuar la narrativa incendiaria e intolerante que domina hoy el debate político en Washington. ¡Feliz año a todos los lectores!

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