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¿Bailamos?

AMLO quiere bailar con todos y que todos bailen con él a su ritmo o, como se dice, nos quiere llevar al baile. De paso confronta a una disidencia legítima, a la cual descalifica por su existencia


25 de Noviembre de 2018
También quiere que bailemos al mismo paso y ritmo con los que se ha acostumbrado a hacer política nacional en los últimos 15 años, a punta demovimientismo. No nos solicita bailar la pieza, se avalancha e impone su paso. En su extraña forma de entender la democracia no concibe que haya otro ritmo que el suyo propio ni que haya otros bailarines civiles y políticos que piensen que ni su baile ni su ritmo van con los gustos de esa “otredad”, condición a la que han sido sumidos por su narrativa excluyente. En el fondo de su discurso no reconoce a esaotredad, en tanto que es una parte que cohabita en el interior del conglomerado social. Se escuda, digamos, con cierta prepotencia democrática, en su mayoría absoluta; esto muy bien puede ser el principio de un caudillaje que se podría perpetuar —si el pueblo bueno, al que ya “pertenece”, se lo pide—.
López Obrador opera en círculos concéntricos, sin medir la valía de las esquinas, de las líneas rectas o, para seguir con la metáfora danzante, del paso doble. Quiere tener contento al coro, sin reconocer la disconformidad que habita en él. No quiere perder mayorías iniciáticas que le han dado, por ahora, una preponderancia nunca obtenida por político moderno alguno. No suelta momentum, muy a pesar de sus interminables contradicciones entre lo que dijo en campaña y lo que decretan él y su mayorazgo legislativo, cuestionablemente autónomo.
De hecho, debemos decir que el larguísimo preámbulo hacia la Presidencia ha puesto en evidencia las muchas inconsistencias de su programa y discurso. Este último se ha caracterizado por ser discriminatorio y excluyente. Como futuro estadista (al igual que Trump lo hizo), ha polarizado de nuevo a la sociedad civil y política: o somos fifís contra chairos o no somos nada, lo demás es el superlativo abstracto de la razón máxima del líder máximo. Orwell nos lo recuerda en 1984(fundamental lectura en estos tiempos, al igual que El miedo a la libertad, de Erich Fromm).
Estos pueden ser signos ominosos de una visión cerrada de la sociedad que se tienen que corregir si no quiere fracasar en la función legal y política de ser un Presidente para todos los mexicanos: él impuso la dicotomía fifís o chairos y nos distrajo al tiempo que nos confrontó.
Ejemplo de las contradicciones es el tema de la seguridad pública, que no tiene por qué ser medido con la vara de la conveniencia política. Se tiene que medir con compromiso público y auténticamente patriota. En un país desolado por las cifras (más de 250 mil muertos desde 2006), con la presencia de fuerzas de choque que guardan una posición de poder equivalente dentro del aparato estatal, no se militariza al Estado y en consecuencia a la sociedad. Después de haberlo cuestionado continuamente, la decisión de AMLO de mantener la militarización del Estado podría equipararse con la penetración estatal que el crimen organizado ha logrado. O bien, no se es capaz de entender que, muy probablemente, ambas fuerzas sean ya componentes existenciales del Estado mexicano, o bien se es ingenuo al pensar que la militarización nos protegerá de la inseguridad a la que este mismo Estado militarizado nos ha expuesto. Al perjurio democrático, agreguemos la capitulación de AMLO ante la corrupción, su histórica oda electorera. Ha dicho que habrá una ley de punto final que eximiría a los corruptos sistémicos del juicio que merecen. Aunque ahora ofrece otra consulta para que el pueblo decrete si se juzga a sus predecesores. Se trata de una entre otras varias promesas de campaña que él mismo contradice.
México confronta hoy a la historia como venganza. Primero, porque está a la vista que, después del autoritarismo priista y de la transición autista, protagonizada por el PAN, la izquierda que nos impuso el lopezobradorismo no representa en sí misma ningún tránsito democrático. Y segundo, porque no se nos ofrece la garantía de que este próximo gobierno (y un legislativo que ya mostró su rostro abyecto) podrá cumplir con los estándares protocolarios de la democracia representativa a la que se debe.
Inicia así un periodo de gobierno en rebeldía contra todo lo que se le oponga. Si es así, tendremos, dentro del mismo aparato estatal, resistencias centrífugas que habrán de exponer la enorme fragilidad del bizarro conjunto de alianzas que será el próximo gobierno de AMLO.
¿Nos seguirá llevando al baile partir del 2 de julio?

Académico de la UNAM, miembro del SNI y miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias

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