La presidenta Sheinbaum insiste en contestar a bote pronto todas las necedades que Trump plantea día tras día, lo cual la rebaja a cohabitar con él en el sótano del debate político que Trump provocativamente estimula, degradaciones e insultos incluidos. Como si no se supiera que el presidente electo es un sociópata y mitómano que ha mentido sobre todas las acciones de su vida, desde a su familia hasta a todo el pueblo estadunidense. Esta disposición a acceder a un diálogo con Trump a la distancia y que se ventila a través de los medios masivos de comunicación, es evidencia de que el gobierno de México aún no sabe como tratar a este personaje, que le está imponiendo la agenda a todos los interlocutores que tiene Estados Unidos; desde Dinamarca que contestó que Groenlandia no estaba en venta después de que Trump afirmara que, por razones de seguridad nacional, esa isla tendría que pertenecer a Washington; hasta a Panamá, cuyo canal, según Trump, debía ser estadunidense, violentando a todas luces los acuerdos Torrijos-Carter, firmados en septiembre de 1977 y que en 1999 darían a Panamá el control soberano del Canal; José Raúl Mulino, presidente panameño ha rechazado la advertencia: el canal “es de Panamá y lo seguirá siendo;” y ahora de nuevo a Canadá, a la cual Trump se refiere como el estado 51 de la Unión Americana y a su primer ministro como su “gobernador”.
Trump siempre amenaza y humilla a sus sinodales para conseguir lo que sus caprichos demandan. Es un individuo enfermo y vil al que no se le puede tener un ápice de confianza. Sus declaraciones sobre designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, causaron un gran revuelo en México y a las que la presidenta contestó minimizando el riesgo, pues, según afirmó, Trump nunca había hablado de intervención militar. Trump no necesita declarar explícitamente algo que en la ley estadunidense está implícito cuando de intervención militar multifacética se trata en contra de los santuarios y los agentes involucrados en actividades terroristas. Estados Unidos lo ha hecho en el pasado y lo volverá a hacer si le es necesario. Así que no resulta benéfico para nada que la primera mandataria trate de suavizar el tono de Trump para disuadir al magnate de sus intenciones y hacernos falsas ilusiones sobre el futuro de las acciones de defensa de la seguridad de Washington. Si a Trump y al vicepresidente electo JD Vance, que declaró en la campaña misma que lo que México necesitaba era una intervención militar, se les ocurre que esa es la medida necesaria, entonces procederán sin pedirle permiso a México (recurriendo al consenso senatorial en donde tiene mayoría el Trumpismo) con más acciones de inteligencia que eventualmente podrían devenir en injerencistas, todo lo cual crearía escenarios inesperados en nuestro país sometiendo al gobierno mexicano a una presión multidimensional (la expulsión de migrantes, el fentanilo, la seguridad fronteriza y la negociación del TMEC bajo presión, son algunos de los temas de esta intimidación).
La designación de algunos de los cárteles más violentos como organizaciones terroristas abriría las puertas a cumplir los deseos de los miembros del ala más dura del trumpismo (sobre todo al interior del Senado) que han abogado por movimientos de intervención selectiva para acabar con los cabecillas de estos grupos y bombardear laboratorios de fentanilo y otras drogas sintéticas, a fin de neutralizarlos para siempre. Y esto es lo que hay que entender que está en la cabeza de estos miembros radicalizados del trumpismo y que estarían tratando de influir sobre Trump, con la ayuda de Vance, quien, como ya se mencionó, es un fanático de la intervención en México. La relación entre México y Estados Unidos ha entrado en una etapa de incertidumbre desde que Trump fue electo para un segundo mandato. La deseada relación funcional y de cooperación que es el reto de estos días, podría quedar truncada si se mandan señales equivocadas y se enredan las dos partes en dimes y diretes sin contenido real, arriesgando con esta amenaza de declarar organizaciones terroristas a los cárteles criminales, ulteriores acciones unilaterales por parte de Washington. Si bien es cierto que el gobierno mexicano debe de rechazar toda intervención militar, es imponderable que la presidenta Sheinbaum, su equipo de seguridad, los gobernadores y funcionarios involucrados en el tema, hagan todo lo que sea necesario para fortalecer su estrategia en contra de un crimen organizado que se dejó crecer y fortaleció gracias a la indolencia e irresponsabilidad de AMLO. De no continuar consistentemente con las acciones de contención contra los criminales en todo el país, no será creíble para todos los actores en EU, que México está hablando en serio sobre atacar frontalmente a los cárteles. Aunque eficaces, los movimientos de las fuerzas de seguridad en Sinaloa y el Edo de México principalmente, las acciones han sido tardías y México se encuentra viajando con el tiempo en contra y ante la inminente amenaza de EU de intervenirnos.
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