La presidenta Sheinbaum nos acaba de dar otra muestra más de la ausencia total de inteligencia política en la definición de su política exterior por manifestar su solidaridad con el dictador Nicolás Maduro, quien tomó el poder en Venezuela en forma ilegítima de nueva cuenta. Estos gestos no ayudan en nada a la causa mexicana en su búsqueda de equilibrios que favorezcan sus intereses nacionales. Lo mismo pasa con los envíos gratuitos de petróleo crudo a Cuba (hasta ahora no se ha informado si Cuba paga o no por esto) y el silencio presidencial frente a las atrocidades cometidas contra los derechos humanos de los nicaragüenses por el dúo Ortega Murillo o las intentonas regresivas de Evo Morales en Bolivia. Si Sheinbaum y la cancillería creen que esto no va a afectar las varias negociaciones que están pendientes con Washington, entonces no tienen ni idea de en dónde están parados ni de cuáles tendrían que ser los vectores que dominen la definición estratégica de una política exterior integral, en la que se consideren los actores, los espacios y los tiempos de una política exterior responsable y no ideológica. ¿Por qué asociarnos con dictaduras cuando se profesa una supuesta fe democrática? ¿Por qué no hacerle como el presidente chileno, Gabriel Boric (e incluso Lula y Petro) y manifestarse desde la izquierda en contra de la ilegitimidad de Maduro, a quien acusó de dictador? La explicación sólo se puede encontrar en el hecho de que Sheinbaum no es una demócrata. No se puede explicar de otra manera sus simpatías por sus amigos dictadores y omitir sus permanentes actos de represión contra su ciudadanía.
Maduro tomó posesión en medio de reclamos internos y externos que han exacerbado la vena represiva del régimen chavista: Maduro en días recientes, reprimió a una cantidad considerable de activistas y encarceló a más de 150 extranjeros, a quienes acusa de mercenarios. Más aún, nunca presentó las actas tal y como el Consejo Nacional Electoral y él mismo lo ofrecieron una vez que las elecciones tomaron lugar. Este Consejo le asignó, sin actas de por medio, 6.4 millones de votos contra 5.3 millones que supuestamente obtuvo Edmundo González. Mientras esto pasaba, la oposición reclamó e hizo públicas 83.5% de las actas computadas que le daban la victoria a González por 2 a 1: 67% contra 30% Ante todo este abuso y violación de derechos humanos, Sheinbaum volteó a un lado e ignoró olímpicamente los reclamos de la oposición desde una falsa neutralidad y con el argumento de que los venezolanos tendrían que resolver sus diferencias soberanamente y sin intervenciones externas, cantaleta que ha sido demolida por el intervencionismo del régimen obradorista, del cual forma parte, en casos como el de Perú y Ecuador, entre otros. Nos guste o no, todo este espectáculo ha sido observado por Marco Rubio, próximo secretario de Estado y enemigo jurado de Maduro y Díaz Canel, y seguramente el comportamiento ambiguo de Sheinbaum, repercutirá negativamente en las relaciones entre México y Estados Unidos y, como ya se mencionó, en las negociaciones específicas una vez que Trump ocupe la presidencia el 20 de enero próximo. Tal y como lo he dicho en otras ocasiones, la política venezolana de la presidenta, era la prueba de fuego de la política exterior mexicana, que hoy se confronta estrepitosamente contra sí misma, contra el interés nacional y contra la historia. Como muchos otros temas de la vida nacional, la política exterior va en picada en caída libre y no parece haber, desde Palacio Nacional o Cancillería, nadie sensato que esté reflexionando críticamente sobre las implicaciones de estas decisiones en el posicionamiento de México en el mundo global de hoy, no se diga en el espacio geopolítico de América del Norte.
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