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Las Américas en Cartagena: ¿el fin de la vecindad?

La VI Cumbre de las Américas transcurrió sin grandes novedades. Con la excepción de la creación del Centro de Cooperación Anti Crimen, que a instancias de México, se instalará en la OEA y de las divertidas noches de salsa que Hilary Clinton pudo disfrutar en Cartagena, fue más de lo mismo y no hubo exotismo alguno. No hubo acuerdos sobre la despenalización y/o la legalización de las drogas. Tampoco sobre el anacrónico bloqueo a Cuba y el veto, principalmente impuesto por EU y Canadá, a su participación como miembro de la comunidad americana. Aunque sobre esto hay también una actitud de autoaislamiento del régimen autoritario, que se ha negado a regresar a esta comunidad, Washington no da muestras significativas de flexibilizar su política cubana, la cual no corresponde a los tiempos del nuevo siglo. Tampoco hubo acuerdo sobre la reivindicación argentina de soberanía sobre las Islas Malvinas. De hecho, el presidente Santos, anfitrión de la Cumbre, no incluyó este tema en su discurso inaugural y al final de la jornada, Cristina Fernández abandonó Cartagena en protesta antes de que finalizara la Cumbre.
Ocurre que a diferencia del caso cubano frente al que existe unanimidad a favor de su reintegración, el de Las Malvinas es un asunto sobre el que la Casa Rosada sigue actuando con un populismo obsceno y sin realismo alguno, al menos cuando se lo pone a consideración a Washington en estos foros. Desde que Reagan se aliara con la Thatcher en la absurda guerra que ocasionó Leopoldo Galtieri en 1982, al decidir una desesperada invasión a fin de salvar la crisis de la dictadura, está claro que EU tiene y seguirá teniendo su corazón del lado de Londres y la Alianza Atlántica. Pretender que Washington modifique su posición es no entender el alcance de los equilibrios de poder global y regional.
Y es sobre estos equilibrios que Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter en los 70, nos habla en su nuevo libro, Visión Estratégica. En la sección titulada “el fin de la vecindad”, el autor pronostica un escenario complicado en las relaciones interamericanas, principalmente con México. Siempre partiendo de la hipótesis de la declinación del poder de EU, Brzezinski argumenta que “el declive en el poder de EU podría dañar la salud y el buen juicio de los sistemas económico y político de EU”, quien tendería a profundizar aún más sus instintos nacionalistas. Agrega que el margen de maniobra de EU sería menor para crear instituciones de cooperación bilateral, además de que dicho declive “aumentaría la demonización de la inmigración mexicana y el escepticismo estadunidense con relación a la voluntad de México para combatir a los carteles de la droga. EU sería susceptible de perseguir  soluciones más coercitivas, como deportaciones y despliegue de más tropas en la frontera y, en consecuencia, echaría a pique la política del buen vecino y posiblemente encendería una confrontación geopolítica”. Sin desconocer el probable alarmismo que pueda encerrar la tesis de un gran conocedor del entorno internacional de Washington, habrá que confiar en que este desencuentro, que podría ser fatal, no se presente y que ambos países puedan lograr lo que con el gobierno calderonista no se ha logrado plenamente: producir un paradigma de gobernanza bilateral de largo plazo y que esté más allá de tratados o crisis nacionales (y que tampoco encontramos en las plataformas de campaña de los candidatos presidenciales). En todo caso, no se puede perder más tiempo para producir las condiciones de un clima distendido entre ambos países con miras a consolidar una buena y plena vecindad. Sobre todo ahora que a partir de Cartagena las alianzas regionales de EU privilegian a otros actores que, como Colombia (que firma un TLC con EU el 15 de mayo), Panamá  o Brasil, podrían desplazar a México del radar estadunidense y de los temas de sustancia que es fundamental empujar desde acá con una política exterior audaz.

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