We are beginning to look like we have elections like those run in countries where the guys in charge are, you know, colonels in mirrored sunglasses.”
Karl Rove
A EU se le reconoce como una de las democracias más acabadas de la historia. Ejemplo a seguir para muchas naciones que han visto en ese país una inspiración para abrir espacios y tradiciones de libertad, y justicia. Basado su proceso político en un sistema electoral en el que el Colegio Electoral recibe y reúne los votos que, por estado y en función de la densidad demográfica, toca a cada uno, la elección presidencial es así definida por un resultado proporcional, que se sanciona en dicho Colegio y no por el voto mayoritario y directo de la población.
De por sí complejo, este sistema ha estado bajo debate y en relativa crisis en los últimos 30 años o más. Más conspicuamente desde la elección de 2000, cuando la Suprema Corte tuvo que fallar a favor de concederle Florida a George W. Bush, que estaba bajo la lupa ciudadana por creerse, con fundamentos, que se había realizado ahí un fraude electoral orquestado por el que era gobernador, Jeff Bush, hermano del entonces candidato. Lo que hoy está en juego en la elección presidencial es por demás interesante: la continuidad de un proyecto social robusto en contenidos, aunque complejo para los estándares estadunidenses, el regreso de un más concentrado sistema de elites, excluyente y que ha sido característico de EU y, junto a esto, la instalación en el Poder Ejecutivo de un personaje (Romney), que representa como nunca una visión ultramontana y elitista de la política y la economía, así como una regresión político-económica (The Gilded Age), que complicaría como nunca la inclusión de las mayorías.
Para sorpresa de los menos, en esta ocasión tenemos un escenario de fraude en potencia documentado por el periodismo de investigación que nos ofrece sugestivos análisis. Se trataría, por lo que podemos ver, de una estrategia que busca la marginación de millones de votos de representantes de las minorías étnicas más importantes, como la afroestadunidense y la latina, y porciones importantes del voto juvenil y estudiantil.
En su libro prologado por Robert F. Kennedy Jr.,Millonarios y Bandidos Electorales: Cómo robar una elección en nueve fáciles pasos, Greg Palast, periodista de la BBC, denuncia un amplio complot de un grupo de elite encabezado por Karl Rove, ex asesor en jefe de G.W. Bush y miembros del Partido Republicano, con apoyo de padrinos multimillonarios como los hermanos Koch. Rove dirige un grupo denominado American Crossroad que pretende evitar el triunfo de Obama y sacar al mayor número de congresistas demócratas del Congreso. El objetivo sería “desregistrar” (tal como se “desdomicializó” a millones en 2008 mediante el despojo de propiedad cuando ocurrió la burbuja inmobiliaria) y no contar los votos de muchos de estos votantes registrados en aquellos estados que domina el PR. Hechos similares ya ocurrieron antes en varios,como Florida y Nuevo México. Palast ofrece algunas pistas recientes para darnos la idea. En 2008, nos dice, no menos de 767 mil 023 boletas provisionales fueron utilizadas pero no contadas; un millón 451 mil 116 fueron estropeadas y no contadas; 488 mil 136 enviadas por correo en ausencia, no fueron contadas. Palast agrega a esto que no menos de dos millones 706 mil 275 boletas fueron usadas, nunca contadas, además de 251 mil 936 provisionales contadas sólo en parte en algunos precintos electorales. Se trata de cifras oficiales tomadas de la Comisión de Asistencia Electoral de EU que, en este conteo, produce tres millones de votos evaporados.
La narración de Palast pone aún peor las cosas y agrega: dos millones 383 mil 587 votantes en potencia fueron rechazados del registro electoral, 491 mil 952 votantes ya registrados fueron erróneamente purgados de las listas y 320 mil votantes debidamente registrados fueron rechazados de las casillas cuando trataron de votar, por no acreditar una identificación “aceptable”. Total, cinco millones 901 mil 814 votos y votantes legítimos desplazados del registro. Palast llama a esto, irónicamente, “los seis millones de votos perdidos”. En el contexto electoral este panorama pone en tela de juicio la eficacia democrática estadunidense y de duda la continuidad civilizada de Obama como presidente. Para poner los pelos de punta, ¿no?
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