Hoy por hoy y no sorprendentemente ni por
mucho tiempo, la cuestión coreana será el principal tema en las preocupaciones
de Barack Obama. Más allá de las bravuconadas y la retórica belicista del
presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, por cierto un gran aficionado a los
videojuegos, al ratón Mickey y al Disney World de Tokio, hay varias razones de
peso detrás de esta aventura militarista de Pyongyang, y desde las que subyace
una preocupación central: la sobrevivencia del caduco régimen dinástico
norcoreano.
En primer lugar, mucho hay de previsible en
estas acciones que se remontan a las primeras pruebas nucleares, tres en total,
ordenadas por Kim Jong-un, la última de las cuales, no obstante, fue merecedora
de una fuerte condena del Consejo de Seguridad de la ONU (incluida China su
eterno aliado) que enojó aún más al régimen, de aquí el reciente escalamiento
contra Corea del Sur. Esta previsibilidad se explica en parte porque se trata
de una tradición heredada por su abuelo y padre, quienes solían escalar así el
conflicto a fin de obtener tajadas en negociaciones posteriores. Dada la
inexperiencia del joven heredero esta muestra de frivolidad era de esperarse
toda vez que es la única forma en que le será posible posicionar su débil
liderazgo entre los mariscales de la vieja guardia. Autonombrado en julio
pasado mariscal, que representa la máxima posición al interior de las fuerzas
armadas y que a la vez significó el sorpresivo desplazamiento, y virtual
desaparición de la escena púbica del vicemariscal Ri Yong-ho, hasta entonces
jefe del Alto Estado Mayor de la Defensa, el sucesor de Kim Jong-il mostró más
fragilidad que fuerza. A partir de ese momento se convirtió en una suerte
extraña de reformista aperturista con desplantes belicosos que evidencian un
potencial descontrol de conducción y debilidad política. En todo caso, dada su
escasa experiencia militar (aunque estudió en la Academia militar nunca se alistó
en las filas del ejército) intenta con estos aspavientos, hacerse del mando de
la poderosa gerontocracia castrense.
El desafío de Kim Jong-un contra EU, Corea
del Sur y sus aliados, al anunciar que pondrá en marcha las instalaciones
nucleares de la central de Yongbyon, donde produce plutonio y enriquece uranio
para bombas, y la retórica belicista contra Corea del Sur, están rodeadas de
varias circunstancias geopolíticas que explican porqué el propósito de las
provocaciones es reposicionarse en el escenario regional. Por un lado, China es
liderada hoy por Xi Jinping, cabeza de una generación de reformistas sin apenas
recuerdos de la Guerra de Corea. Además de la preocupación natural por la caída
del régimen que arrojaría millones de refugiados norcorenos a China, Pekín también
ha sido un factor de presión para que Pyongyang emprenda reformas para aliviar
la pobreza de la población y de pasada facilitar el regreso del régimen a la
mesa de negociaciones para frenar el programa nuclear y de paso obtener jugosos
apoyos económicos chinos. De no ser así, China quedaría atada de manos ante la
escalada militarista. Por otro lado, la llegada de la señora Park Geun-hye a la
presidencia de Corea del Sur asegura un segundo mandato para los conservadores
en los próximos cinco años, todo lo cual cuestiona aún más a su vecino norteño.
Si a esto agregamos que en Japón Abe Shinzo ha regresado el poder al Partido
Liberal Democrático, de corte conservador, se cierra la pinza de actores y
vecinos que no estarían dispuestos a darle prioridad a Corea del Norte en sus
planes de política exterior ni le permitirían más excesos. Por último, tenemos la
relección de Obama, quien ha mostrado voluntad negociadora (buena manera de acercarse
a China) para dirimir diferendos y llegar a un arreglo pacífico con los
norcoreanos. Las complicaciones internas y el ajedrez geopolítico explican las
provocaciones del régimen de Kim quien en el fondo está ofreciendo una
disminución de la todavía escalada retórica como gesto de buena voluntad para
ser de nuevo sujeto de financiamiento externo, tanto chino pero en especial
estadunidense. Es probable pensar que los cometidos se lograrán en la mesa de
la diplomacia, que la tensión bélica bajará de tono y que Kim Jong-un pueda
pronto regresar tranquilamente a su cuarto de videojuegos y a soñar con Mickey
Mouse.
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