En futbol un pase falso sirve para lograr que la defensa distraiga su atención y permitir que el repartidor haga el pase verdadero al jugador mejor plantado para así colocar el balón en las redes. No se me ocurre otra figura para iniciar el análisis de la visita de Obama. Esta visita nos deja con gratas sorpresas y con varias dudas. De pronto se transporta la relación México-EU a un nuevo plano: se pasa de lo rudo a lo sublime. Y desde luego no deja de ser sospechoso el gambeteo, aunque desde luego esto tiene alguna explicación.
El encuentro entre presidentes tuvo, por una parte, un rasgo sublime que nos toca a los interesados muchas fibras sensibles: el salvavidas sobre intercambio científico y tecnológico que lanza Obama muestra, por un lado, lo bien que esto resultará para la sostenibilidad del desarrollo nacional y lo coincidente que resulta con la propuesta de EPN de invertir 1% como porcentaje del PIB en esta materia. Las reflexiones sobre intercambio educativo van en paralelo a la reforma educativa emprendida por el Presidente. Ambos temas son desde luego puntales del desarrollo nacional, así como lo es dinamizar el libre comercio bilateral. Bien hasta aquí. No podría haber habido más coincidencia entre lo que siempre ha pensado Obama acerca del papel que debe jugar el Estado en estos temas y lo que parece empezar a pensar, a través del nuevo discurso del gobierno, el Estado mexicano. También significa un espaldarazo a los cambios y reformas que intenta realizar el nuevo gobierno. O sea, la visita no arrojó nada nuevo en el marco de lo que se dijo y en los términos de los apoyos expresados por Obama, pero sí sobresale aquello de lo que no se habló (o simplemente se mencionó tímidamente, seguridad). Y esto no es poca cosa si consideramos los altos costos que hemos pagado en vidas humanas y en la afectación sufrida a la integridad de la República. Tampoco lo es si recordamos el desastre que representó la relación con Calderón, quien secuestró para sí y sus mediocres asesores en Los Pinos la política exterior, despojando a la cancillería de sus prerrogativas. En rigor, la degradación sufrida por la política internacional y bilateral mexicana significó (a pesar de los esfuerzos de Obama y Clinton por evitar la defenestración de Pascual, por mencionar sólo un ejemplo) un retraso significativo sobre temas sustanciales que podrían haberse tratado multilateral y no unilateralmente.
El giro temático de la visita, apunta a priorizar dos temas fundamentales que deben de estar en toda agenda bilateral en donde sea. No obstante, en el tema de seguridad lo que en realidad se hizo, por acuerdo mutuo (y creo, con la renuencia de Washington), a fin de intentar no “contaminar” aún más su posterior y efectivo (esperamos) tratamiento: fue convertirlo en un invitado de piedra. Y es por esto que pesará más si no se le trata bien y pronto por el grupo de alto nivel. Así, se le degrada en el discurso, pero no en prioridades de corto, mediano y largo plazo, cuyos detalles operativos y resolutivos no conocemos aún. Es más, sugeriría que se trata del tema de más urgencia para EU y en consecuencia para México. Imposible será barrerlo de la agenda. Aún cuando Obama haya afirmado que la seguridad es un asunto de México y que EPN haya afirmado que migración es un tema interno de EU, se trata de otra distracción más. Los dos temas son de la competencia de ambos países y ambos tendrán que insertarlo en sus estrategias respectivas: ni uno ni otro quiere (EU) ni debe (México) mantenerse al margen. Y si se hace bien y en el marco de acuerdos racionales no se trataría de intervencionismo. Ya es hora de que en México nos deshagamos de este atavismo.
Algunos medios y analistas fueron fintados en un primer momento y recibieron el gol, todo lo cual, si mi hipótesis se corrobora, nos obliga a repensar y a exigir de ambos gobiernos, pero en especial del de Peña una definición sobre la manera en que atacará impunidad, corrupción, lavado de dinero, decadencia del sistema carcelario y de justicia, reorganización policiaca, todos temas prioritarios de la Iniciativa Mérida y que hoy se encuentran en el medio de un trágico fracaso y de una medianía operativa que no puede continuar.
El encuentro entre presidentes tuvo, por una parte, un rasgo sublime que nos toca a los interesados muchas fibras sensibles: el salvavidas sobre intercambio científico y tecnológico que lanza Obama muestra, por un lado, lo bien que esto resultará para la sostenibilidad del desarrollo nacional y lo coincidente que resulta con la propuesta de EPN de invertir 1% como porcentaje del PIB en esta materia. Las reflexiones sobre intercambio educativo van en paralelo a la reforma educativa emprendida por el Presidente. Ambos temas son desde luego puntales del desarrollo nacional, así como lo es dinamizar el libre comercio bilateral. Bien hasta aquí. No podría haber habido más coincidencia entre lo que siempre ha pensado Obama acerca del papel que debe jugar el Estado en estos temas y lo que parece empezar a pensar, a través del nuevo discurso del gobierno, el Estado mexicano. También significa un espaldarazo a los cambios y reformas que intenta realizar el nuevo gobierno. O sea, la visita no arrojó nada nuevo en el marco de lo que se dijo y en los términos de los apoyos expresados por Obama, pero sí sobresale aquello de lo que no se habló (o simplemente se mencionó tímidamente, seguridad). Y esto no es poca cosa si consideramos los altos costos que hemos pagado en vidas humanas y en la afectación sufrida a la integridad de la República. Tampoco lo es si recordamos el desastre que representó la relación con Calderón, quien secuestró para sí y sus mediocres asesores en Los Pinos la política exterior, despojando a la cancillería de sus prerrogativas. En rigor, la degradación sufrida por la política internacional y bilateral mexicana significó (a pesar de los esfuerzos de Obama y Clinton por evitar la defenestración de Pascual, por mencionar sólo un ejemplo) un retraso significativo sobre temas sustanciales que podrían haberse tratado multilateral y no unilateralmente.
El giro temático de la visita, apunta a priorizar dos temas fundamentales que deben de estar en toda agenda bilateral en donde sea. No obstante, en el tema de seguridad lo que en realidad se hizo, por acuerdo mutuo (y creo, con la renuencia de Washington), a fin de intentar no “contaminar” aún más su posterior y efectivo (esperamos) tratamiento: fue convertirlo en un invitado de piedra. Y es por esto que pesará más si no se le trata bien y pronto por el grupo de alto nivel. Así, se le degrada en el discurso, pero no en prioridades de corto, mediano y largo plazo, cuyos detalles operativos y resolutivos no conocemos aún. Es más, sugeriría que se trata del tema de más urgencia para EU y en consecuencia para México. Imposible será barrerlo de la agenda. Aún cuando Obama haya afirmado que la seguridad es un asunto de México y que EPN haya afirmado que migración es un tema interno de EU, se trata de otra distracción más. Los dos temas son de la competencia de ambos países y ambos tendrán que insertarlo en sus estrategias respectivas: ni uno ni otro quiere (EU) ni debe (México) mantenerse al margen. Y si se hace bien y en el marco de acuerdos racionales no se trataría de intervencionismo. Ya es hora de que en México nos deshagamos de este atavismo.
Algunos medios y analistas fueron fintados en un primer momento y recibieron el gol, todo lo cual, si mi hipótesis se corrobora, nos obliga a repensar y a exigir de ambos gobiernos, pero en especial del de Peña una definición sobre la manera en que atacará impunidad, corrupción, lavado de dinero, decadencia del sistema carcelario y de justicia, reorganización policiaca, todos temas prioritarios de la Iniciativa Mérida y que hoy se encuentran en el medio de un trágico fracaso y de una medianía operativa que no puede continuar.
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