El muy largamente esperado arresto del expresidente Donald Trump se consumó el martes pasado en el estado de Nueva York, después de que un gran jurado de Manhattan lo condenara por 34 cargos criminales, en lo que podría llevar una pena carcelaria de hasta cuatro años por cada una de las imputaciones. Su talón de Aquiles, la prostitución y su gusto por las prostitutas VIP, así como la corrupción con la que ha construido su mediocre emporio. La actriz porno Stormy Daniels lo acusó de haberla sobornado con 130 mil dólares. Mismo dinero que provenía de los fondos de campaña en 2016, aportados por el público estadunidense, delito grave según las leyes electorales de Estados Unidos. Tiene, a su vez, otra complicación con una playmate de Playboy, Karen McDougal, quien recibió, esta vez, un poco más de dinero público, 150 mil dólares con el mismo objetivo: comprar su silencio y que no lo pusiera en evidencia como el gran coscolino que engañó a su mujer, a su familia (si es que ésta se puede llamar a engaño, después de solaparle sus múltiples actos de corrupción) y al público estadunidense, por un total de 10 meses que duró la relación. En todo caso, lo que este nuevo gran escándalo de Trump estaría provocando es una enorme incertidumbre, toda vez que se puede convertir en una navaja de doble filo para Trump: o se hunde, o se catapulta en este proceso muy preelectoral en el que el polémico expresidente se ha metido en forma demasiado temprana.
Por lo pronto, hay que destacar que Trump es el primer expresidente en la historia estadunidense al que se juzga en una corte. Por no mencionar que el magnate tiene pendientes varias investigaciones penales y causas civiles. Algunas de ellas con un fundamento legal más contundente, como la del intento de fraude en Georgia, la incitación a la toma del Capitolio por sus seguidores ultras el 6 de enero de 2021. También está el muy avanzado proceso legal por fraude en sus propias empresas, también en Nueva York. Y, desde luego, está también la apropiación de documentos secretos que pertenecen a los Archivos Nacionales. Trump es un delincuente y un personaje hundido en un laberinto sin precedentes, que, además, ahora está jugando con el victimismo para lanzar su carrera por la candidatura republicana. Esto último le está resultando bien si observamos las encuestas que lo favorecen de manera significativa por encima de DeSantis (Ipsos indica que, después de la detención, Trump alcanzó 48% de preferencias, contra 19% de DeSantis). Está por verse si esta tendencia se mantiene firme, conforme avanza el proceso preelectoral, o la candidatura de Trump se descarrila. No sorprende ver a Trump en esta situación, pero lo que sí (aunque, sobre todo, asusta) es observar cómo un sector importante de votantes estadunidenses considera que se trata de una cacería de brujas, tal y como Trump lo quiso vender desde el principio y por esta razón lo favorecen. Sectores del establishment republicano también lo creen así, convirtiendo a este partido en el responsable de la impunidad trumpista y que lo ha tomado por asalto, con el apoyo de las huestes de la derecha extrema populista que siguen a Trump y al puñado de extremistas que sin decoro alguno han hundido al partido fundado por Abraham Lincoln y estimulado por la filosofía política conservadora de Edmund Burke, inspiración de los movimientos conservadores democráticos en todo el mundo y que hoy, junto con Lincoln, seguramente se está revolcando en su tumba ante semejante bodrio que representa tanto el Partido Republicano, como el mismo movimiento de Trump en la política democrática contemporánea.
Los exabruptos de Trump son típicos de él y de todos los autócratas infantiles que están contaminando la política en todo el mundo –AMLO no es la excepción, quien ya apoyó a Trump debido a sus traumas delirantes que todos tenemos que aceptar como verdades absolutas: ¡urge un psiquiatra que determine la inteligencia emocional de AMLO, Trump, Putin, Orbán, et al.! La retórica incendiaria de Trump puede parecer un acercamiento al folclor que lo ha caracterizado siempre. No obstante, en esta ocasión es cosa seria toda vez que se perfila de nuevo como una opción política con capacidad de ganar espacios relevantes para sus aspiraciones presidenciales. Veremos si, ante esta necedad, la mayoría de la sociedad estadunidense se activa y pone un alto a esta amenaza que se repite de una forma que puede ser irreversible y, de paso, haga honor a sus tradiciones democráticas que son herencia político-cultural del siglo XX.
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