El gobierno de México ha cometido varios errores estratégicos en su política norteamericana lo cual nos tiene expuestos en forma por demás inédita a los caprichos del vecino del norte, y ahora, por lo visto, también de Canadá. Los hechos más recientes de esta poco acertada diplomacia, se agudizaron con López Obrador que gobernó la relación con Washington con los pies. Ni el tráfico de fentanilo, ni las caravanas de migrantes (a las que él mismo torpemente promovió), ni la violencia tolerada al crimen organizado, ni la seguridad fronteriza, fueron trabajados por el gobierno anterior. Y en su dependencia freudiana, Sheinbaum no ha sido capaz de ponerle un alto al obradorismo (del que se conoce que forma parte, aunque ya sería hora de que se convirtiera en su propia persona) e implementar políticas de estado para atajar estos grandes problemas nacionales. Esto sin mencionar la desaseada reforma al poder judicial, la terquedad de seguir contratando médicos baratos de Cuba, a expensas de los nuestros, regalándole petróleo al dictador Díaz Canel (en vez de usarlo para abaratar nuestras gasolinas) y en general, apoyando a las dictaduras venezolana y nicaragüense, así como a Evo Morales y haciéndole de muertito con el penetrante espionaje ruso en nuestro país - el mayor en décadas- y con la agresión de Moscú contra Ucrania. Muchos desfiguros pues, que no han sido administrados con profesionalismo diplomático y que tiene a los estadunidenses de ambos partidos jalándose los pelos desde hace años, y que, además, hoy le empiezan a cobrar a este gobierno. Llegó pues, la hora en que el trumpismo sacó el látigo y está utilizando cualquiera de estos molestos asuntos irresueltos por México y que atentan contra la seguridad nacional de Washington, para apretarle el cuello al inexperto gobierno de México. Y ya sabíamos que esto iba a ocurrir y sin embargo ninguna señal fue enviada en un momento oportuno a Estados Unidos de que podríamos capotear estos problemas con la mayor de las eficacias y lograr un esquema de cooperación mutua coherente.
Y resulta que hoy, Trump tiene la sartén por el mango después de haber anunciado, el pasado lunes, la imposición unilateral del 25% de aranceles a México y Canadá y 10% adicionales a China. El tiempo apremia y los tres actores aludidos han respondido a su manera a la amenaza del trumpismo. Trudeau llamo a Trump el mismo lunes y aparentemente zanjaron las diferencias y, además lo visitó en Mar a Lago el viernes pasado; también varios actores importantes de la política canadiense declararon que querían a México fuera del TMEC y que era una afrenta que Trump hubiera puesto a Canadá y a México en el mismo nivel, humillación discriminatoria incluida de uno de nuestros socios, que, por cierto, se mantuvo en el TMEC gracias a México. China apeló a la diplomacia y le señaló a México que no permitiera que se politizara la relación comercial. Y finalmente la presidenta Sheinbaum le escribió una carta a Trump, la cual dio a conocer en una mañanera antes de enviársela al presidente electo (el afán por cortejar el aplauso doméstico sigue presente y es una obsesión que le heredó AMLO a la presidenta). En la carta -sintaxis atormentada incluida- advierte que, a una imposición de aranceles, vendría otra de este lado, lo cual afectaría el emprendimiento de acciones conjuntas entre empresas ligadas fuertemente por el TMEC. Y eventualmente tendría consecuencias económicas negativas para ambos países: ese mismo día las acciones de las principales automotrices bajaron de valor en el mercado de valores.
El posicionamiento de la presidenta ante las crudas advertencias de Trump, son, en su mayoría, legítimas y representan ciertamente el sentir de muchos sectores en este país. Lo que se discute es la secuencia, la forma y el timing con que se publicitó esta carta desde los micrófonos de la mañanera. Ahora sabemos que Sheinbaum ha movido ficha y logró una comunicación telefónica con Trump, en la que aparentemente hubo felicidad de ambos lados. Pues bien, cualquiera que haya sido el tono y los temas de la conversación (“maravillosa” según Trump), es prudente tomar precauciones. Trump es de los que traicionan al interlocutor sin darle margen de ganancia alguna. En eso el presidente electo de Estados Unidos es experto y radical. Y no perdona. Por esta razón, no es momento para la beligerancia contra Trump, pero si lo es para la diplomacia y para buscar un encuentro directo entre la mandataria mexicana y el próximo presidente estadunidense. Nos guste o no, esa es y será la realidad de la relación interméstica que afrontará México a partir de ahora. Y a la luz de la cual, tendremos que resolver los grandes lastres nacionales que están impidiendo un arreglo internacional sólido y que también están carcomiendo los cimientos de la democracia que sigue siendo colocada por Morena en un plano marginal.
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