Edward Snowden ha reabierto la caja de
Pandora de la guerra informática y de inteligencia política estadunidense y
global. Desde que Julian Assange y Wikileaks filtraran cables oficiales de las agencias
oficiales de EU, la mayoría de ellos no clasificados, se ha debatido el
alcance, límites, consecuencias, conveniencias e inconveniencias que la
reproducción de este tipo de información de inteligencia tiene para el Estado y
la sociedad civil globales.
El excontratista de la Agencia de Seguridad
Nacional que sigue retenido en la "zona cero" del aeropuerto
moscovita de Sheremetyevo y cada vez más aislado, desde que el 23 de junio
pasado volara de Hong Kong para escapar de la presión de EU, ha apelado al
artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para fortalecer
su exigencia de asilo que, hasta ahora, ya le han ofrecido Venezuela, Bolivia y
Nicaragua, en mi opinión, más por razones de antipatía contra Washington que
por convicción en el derecho universal de Snowden a tal exigencia. Más aún,
para agregar a las desventuras de Snowden, el ofrecimiento zalamero de asilo de
estos tres vecinos latinoamericanos, le quita al propio ex agente sus
posibilidades, toda vez que la politización del caso, lo deslegitima más de lo
que él se hubiera imaginado. Al final de cuentas, ya Washington ha corrido la
voz entre sus vecinos de que Snowden, por ahora, tiene un status de no
ciudadanía, toda vez que está cerca de acusarlo de traición. La cancelación de
su pasaporte lo inmoviliza y lo convierte en paria global, al tiempo que
prolonga la resolución del caso, todo lo cual daña los intereses y alianzas de
Washington, pero a la vez sepulta hondamente las esperanzas de Snowden por
obtener reconocimiento internacional. Por lo pronto, hay que decir que ningún
aliado estadunidense lo quiere siquiera figurando en sus archivos oficiales
como demandante de asilo.
Existe, por otro lado, el debate acerca del
papel y responsabilidad que las iniciativas individuales como la de Snoweden y los
organismos no estatales, como Wikileaks (una de cuyas facciones ha apoyado sin
concesiones al espía estadunidense) tienen y tendrán en el manejo de la
información privilegiada que los estados han tenido a bien cosechar. La
pregunta a formular en esta vertiente del análisis y a la luz de la exigencia
de Snowden de derechos de ciudadanía universal es, cuan opuestos se han vuelto
los Estados de sus sociedades nacionales, al grado de que, como en los buenos
tiempos de la Guerra Fría (catalogada más bien como "guerra caliente"
por el magnífico politólogo que fue el británico Fred Halliday), las guerras
informáticas se convierten en las semillas de la discordia ya no entre estados
como en aquellos calientes tiempos, pero entre estos y la sociedad global interesada
y a la cual el Estado en los países democráticos representa.
El caso es particularmente embarazoso y
complejo. Países avanzados y modernos como EU y Gran Bretaña han actuado en
forma tal que han provocado una amplia suspicacia social y política a tal grado
que la desconfianza en sus acciones se ha extendido y dado la razón a Snowden y
a Assange, entre otros. La actuación de la inteligencia de EU y sus aliados
(algunos sin saberlo, por cierto) ha pretendido defender los intereses de
seguridad. A partir del 9/11 esto ha sido aún más intenso. La saga desde
entonces tiene ya varios eventos y capítulos sobre los que se ha escrito en
forma intensa y apasionada. Al margen de como quede resuelto el complejo caso
de Snowden y también de Assange, parece que va llegando la hora en que Obama
(antes de que sea tarde y los republicanos lo acorralen) decida abandonar el
legado oscuro de Bush y abra el juego de algunos aspectos polémicos de la
racionalidad de su inteligencia política (derecho innegable de cualquier
Estado) para salirse del ojo del huracán en que su propia (y debilitada) dinámica
hegemónica lo ha metido.
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