La reforma migratoria en EU finalmente llegó al Senado en donde fue aprobada por 68 contra 32 votos y anuncia la posible
ciudadanización de más de 11 millones de indocumentados, entre los cuales están
seis y medio millones de connacionales que entraron y viven en forma irregular
en aquel país. Aunque aún faltan por superarse los escollos que se impondrán en
la Cámara baja por las facciones ultraconservadoras, principalmente del Partido
Republicano, en mi opinión la noticia es enorme toda vez que nunca una reforma
migratoria de estas dimensiones había sido discutida ni tomado efecto en la
Unión Americana. Ocurra como ocurra, la aprobación de esta reforma tendrá
enormes repercusiones en el debate interno estadunidense e impactará
favorablemente en el clima de las relaciones bilaterales. Se trata de un
movimiento promovido por el propio Obama, en cumplimiento con sus promesas de
campaña desde 2008 y cuyo objetivo es también capturar un público electoral,
por el cual pelean ávidamente todos los actores políticos, con miras a las
elecciones de mediano plazo: en próximas elecciones el votante principalmente
latino y mayoritariamente mexicano, podría definir resultados electorales en
muchos estados de EU. Esto tiene un valor político de indiscutibles
dimensiones, de aquí la ceguera de aquellos actores que persisten en su empeño
antiinmigrante.
Al tiempo que es un mensaje a México de
avanzar en temas y acuerdos comunes en forma progresiva y de recuperar los
espacios de confianza perdidos en años recientes, se trata también de una
advertencia. Si atendemos al contenido segurizitador que acompaña la propuesta
de ley, podremos entender que la reforma migratoria que se ofrece no será ni
gratis, ni tan grata como muchos espectadores mexicanos pretenderían. No es
novedad el redoblamiento de la vigilancia fronteriza, tampoco el de la
existencia y la continuación de la edificación del ignomioso muro fronterizo
iniciado por Clinton. No obstante, que el Partido Demócrata haya tenido que
ceder a la presencia de este inevitable acompañante seguritizador que impone
medidas de fuerza, que aunque legitimas desde la soberanía estadunidense, son
tan inconvenientes como propias de un actor que sigue concibiendo la frontera
como propiedad privada, tiene dos significados. Por un lado responde a una
negociación realista con los pupilos del Tea Party que ya dominan buena parte
de la agenda política y por tanto al hecho de que sin la inclusión de las
medidas de fuerza que estos exigían, la reforma migratoria se vislumbraba como
inviable. Por otro lado, esta nada sorpresiva concesión también puede
corresponderse con el hecho de que buena parte de la clase política
estadunidense coincide en su hartazgo por el descontrol mexicano para hacer
posible un ordenamiento interno que controle auténticamente el trasiego de
drogas y la inseguridad interna. También existe la percepción de que el Estado
mexicano está haciendo poco por dar cumplimiento al Protocolo de Palermo
(lavado de dinero) y al de Mérida (lucha contra la corrupción e impunidad) y
que va lento en la renovación de las instituciones que imparten justica y
protegen la seguridad nacional de los mexicanos.
Así como el terrorismo afectó gravemente las
libertades ciudadanas en EU y el mundo desde 2001, el crimen organizado (CO) ha
provocado el enrarecimiento de las relaciones con los socios estadunidenses en
forma creciente. México aún es percibido como socio no confiable, parecen
decirnos con esta reforma sui-generis en la que se mezclan ominosamente
migración con seguridad. México tiene mucha razón cuando crítica por su lado,
el alto consumo estadunidense de drogas y el trasiego de armas desde EU,
también cuando sostiene que el muro no corresponde a las realidades de este
sigo y de que esto recrudecerá el abuso de las mafias que trafican con
personas, pero lo cierto es que estos reclamos tendrán credibilidad y
aceptación, sólo hasta que nuestro país haya transformado radicalmente el
estado de sus condiciones internas en los aspectos ya referidos. Por lo pronto,
más allá de los reclamos desde las cuevas del nacionalismo recalcitrante
mexicano, habrá que reconocer que esta reforma, de ser exitosa, será histórica
y nos pueda dar la pauta para cambiar nuestra política interna y nuestra visión
estratégica, y demostrarle a nuestros socios que se puede trabajar exitosamente
en el logro de objetivos comunes.
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