A diferencia de Londres, Paris e incluso
Madrid, Berlín es una capital europea en proceso de reinvención y de revisión
histórica. Es una capital que vive en el laberinto de un intenso y vanguardista
movimiento renovador. Hace no mucho, a finales de los cuarenta, estuvo expuesta
a la extinción urbana después de la devastación del bombardeo aliado que la
fulminó en casi un 70%. De hecho, la arquitectura y urbanización de Berlín
desde los noventa, diversa, compleja y de una diversidad de estilos maravillosa
y también altamente organizada, es la gran demostración de este caos urbano que
hoy los berlineses pretenden volver virtuoso (y que de hecho lo es). Se trata de la capital europea desde y hacia
donde se captó la mayor atención durante años cruciales de la conformación del sistema
global y de la historia reciente del mundo, que es también la historia del
siglo 20, el más sangriento de todos en construcción de entre todas las
historias de la edificación de los sub-mundos geopolíticos desde Roma. Comparado
con el cosmopolitanismo londinense o parisino, el carácter berlinés es ecléctico,
aunque también universalista, no obstante, carece del toque multicultural que
distingue a las dos capitales arriba mencionadas. Su universalismo radica en
varios aspectos clave de su cultura y se vincula, comparado con Francia y el
Reino Unido, con su relativa tierna
formación nacional e incluso lingüística. Berlín es la capital de vanguardia
caminante en la Europa actual. En primer lugar, Berlín es una capital que se ha
poblado de migrantes alemanes y despoblado de alemanes berlineses, en el más
puro sentido de la palabra. En consecuencia, de entre sus tres y medio millones de pobladores nos encontramos con
una combinación alemana que, me parece, marca el nuevo carácter de la capital
alemana y también su derrotero próximo como urbe del futuro. Se trata de una
ciudad en la que conviven capitalinos del viejo oeste berlinés y antes del
Berlín del este, y alemanes que han viajado del sur, del norte, y desde
diversas regiones de Alemania hacia la nueva capital, constituida como tal en los
noventa, que la ha convertido en una capital "renovada" y de
vanguardia, pero también en reconstrucción progresiva. A la migración local
(somos mi familia y yo sujetos y actores de esta), que valdrá la pena observar
en los próximos años, se agrega la inmigración polaca, checa y húngara, entre
otras; no se diga la migración turca, que es para los alemanes, lo que para los
estadunidenses es la mexicana: fuerza de trabajo inmigrante, accesible y en
mucho, más occidentalizada que la migración árabe de Francia o en Reino Unido.
El efímero pasado colonialista alemán la hace una nación menos proclive a la diversidad
genotípica y a Berlín, al menos, menos multicolor y multiétnica que otras capitales
europeas.
Al margen de continuar con el privilegio de
seguir comunicando a mis lectores las grandezas y miserias de Berlín, de
Alemania y de Europa durante los tiempos que vienen, al final, garantizo que la
experiencia alemana y europea ha sido gratificante, todo lo cual, será un
privilegio seguirles comentando muy pronto.
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